Durante muchos a�os viv� en el seno de una comunidad cristiana, fingiendo estar pose�do de una falsa santidad, mientras detr�s de la cortina practicaba las peores inmoralidades, junto a hombres de todas las edades. Distintas clases sociales, solteros o casados, sin distinci�n de color o raza y credo religioso. Me convert� en una putita vulgar con la que los machos, durante nuestros encuentros, aprovechaban para darse rienda suelta a sus vicios, realizando conmigo ya trav�s de mi cuerpo sus m�s locas fantas�as sexuales. Empec� a tener una doble vida, en un momento era el orgullo de la familia y de todos los que me conoc�an como el mayor ejemplo de moralidad, mientras que en otro momento no era m�s que un desvergonzado libertino y adicto al sexo brutal y salvaje.